30 enero 2017

Veinte años no es nada

Dentro de relativamente poco tiempo se cumplen veinte años desde que terminé el bachillerato. Te cagas. Si alguna vez me habéis visto como una chavalita jovial y pizpireta, dejémoslo en mujer pizpireta desde ya. 

Veinte. Veinte añazos en los que no sé qué narices he hecho con mi vida, si os soy sincera. 
Mis amigos de toda la vida, que son el grupito de frikis con los que me refugié durante mis años escolares, ya están hablando de que habrá una comida de antiguos alumnos en el colegio y que nos reuniremos todos. Que además irán los profesores y las monjas, y a mí me ha entrado un miedo horrible. No sé si calificarlo como miedo o angustia o preocupación... pero la cuestión es que no me apetece absolutamente nada acudir a tal evento.

Seguramente pensaréis que es porque me aterra llegar allí con mis taitantos añazos y sin novio ni expectativas de marido, sin casa propia donde caerme muerta, sin hijos, con un trabajo que me encanta pero que no me permite vivir más o menos bien sin andar agobiada cada mes, sin ahorros, pesando alrededor de 20kg más que en COU. Con un gato gordo como compañero de vida. Y sí, habéis acertado. Entre permitir que una panda de pijos imbéciles me juzgue o ser mordida por una cobra, tiro para cobra.

Pero si os digo la verdad, el verdadero motivo por el que no quiero ir a esa reunión del averno no es para evitar que se rían de mí, (hace tiempo que estoy curtida ante determinadas palabras); es porque yo no tengo nada que demostrarle a una panda de gente que me hizo la vida imposible durante 13 años. Gente que me tiraba piedras, que me insultaba, que me encerraba en los baños del colegio, que se burlaba de mí y me ponía motes -marciana, Beacop, Dumba, fea, no te toco ni con un palo-, que me hacía llorar por las noches pensando en lo que pasaría al día siguiente cuando tuviese que saltar al potro y me cayese. Gente que jamás me dio una oportunidad tan sólo por ser diferente, por mucho que yo me esforzara por encajar. Gente que me creó un complejo de inferioridad que aún arrastro cuando las cosas se ponen mal.

No siento ningún tipo de aprecio por el 95% de las caras que aparecen en mi orla de COU. Ni siquiera recuerdo sus nombres, y me parece mucho mejor así. Aquí en confianza os diré que en tardes tristes como ésta a veces me da por pensar que sigo en aquel colegio y que por eso no levanto cabeza.

Y no. No quiero pensar en ellos ni regalarles un minuto más de mi existencia porque encima la vida me restriega una y otra vez que no es verdad eso del karma, y no lo soporto. No importa si has sido un hijo de puta en el pasado si te lo montas bien. La mayoría de esas personas que me metía arañas en la mochila sabiendo que sufro aracnofobia ahora son doctores, abogados, empresarios, policías, propietarios de un pisazo en la urbanización de mis padres o similares. Tienen familias preciosas y vacaciones en agosto, y van a las reuniones de padres del colegio de sus hijos para defenderles cuando otros niños se meten con ellos. 

No, llamadme cobarde si queréis pero no quiero sentarme a comer a su lado, porque ellos probablemente no recuerden todo lo que yo sigo teniendo aquí dentro, muy bien guardadito. Admitámoslo: eso de comprarme un vestidazo  y unos tacones para la ocasión, ir a la pelu, contratar un gigoló buenorro para que me acompañe y llegar allí en plan triunfadora de la vida y que todo me salga genial sólo pasa en las pelis. La cruda realidad es que, si voy, serán muy amables conmigo y me dirán que qué guapa estoy y que qué hago para parecer tan joven, que claro, eso es porque no he sido madre.  Y yo sentiré como una mierda y me iré haciendo más y más pequeñita a cada segundo hasta desaparecer en alguna mota de polvo bajo el mantel.

Yo no necesito reunirme con nadie. Lo mejor de mis años de colegio son mis amigos los frikis, y a esos los he tenido siempre cerca desde entonces. 
Los demás, que coman todos juntos en los jardines del cole y beban vino y brinden por los viejos tiempos. Yo brindaré con un vodka, desde el bar, por los nuevos.


28 enero 2017

Manolo


Una vez hace un porrón de años, cuando yo debía tener alrededor de 12 o 13, salí al balcón de casa y me encontré un camaleón. No tengo ni idea de dónde salió, si trepó hasta allí (¿los camaleones pueden trepar hasta un cuarto piso?) o si se cayó desde algún balcón de los pisos superiores. La cuestión es que estaba ahí quietecito, subido a la rama de un geranio reventón. Miraba al horizonte con un ojo y me observaba a mí con el otro, por lo que lo nuestro fue amor a primera vista. 

Me acerqué para estudiarlo mejor - era la primera vez que veía un camaleón en directo- y decidí ponerle Manolo porque me recordaba a un señor del barrio de mis abuelos que se llamaba así mismamente. Y mi Manolo parecía estar a gusto allí en mi compañía, y yo en la suya, aunque no tenía ni idea de cómo cuidar a un camaleón.

Estuvo una semana dando vueltas pausadas por mi balcón. Comiéndose los bichitos, poniéndose colorao al pasar por los geranios, enroscando su colita de alien alrededor de mi dedo. Me gustaba su ritmo de vida: sin estreses, así como yo quería la mía.  Me sentaba a su lado a observarlo cada tarde cuando volvía del cole, y así se me hacía de noche sin hacer los deberes ni ná. 


Y Manolo me enseñó a quedarme muy quieta ante los peligros, sin mostrarme como una amenaza. A  esperar al momento indicado para dar caza a mis enemigos (él lo hacía con la lengua; yo sigo perfeccionando la técnica a día de hoy) y a estar siempre alerta y no fiarme de nadie. A ser voluble, adaptarme al medio, a cambiar de muda o de piel cuando la anterior ya no me sirve, mimetizarme con el entorno. A volver a ser verde cuando estoy en confianza. A disfrutar de las horas de sol y descansar cuando llega la noche y hace más frío. A sentirme bien estando sola, sin necesitar a nadie. 

Manolo desapareció de mi vida tal y como llegó y, aunque sus enseñanzas me acompañarán el resto de mis días, nada ni nadie llenará su vacío.  
Espero que allá donde haya pasado su existencia haya sido muy feliz zampando arañitas y durmiendo siestas al sol.  Iba a decir que seguro que se casó con una camaleona buenorra de ojos ausentes y pestañas interminables, pero los camaleones son un poco como yo y lo del matrimonio no se les da demasiado bien. 

Era un tipo majo, mi Manolo.




07 enero 2017

Regalos que me hizo la Navidad, 2016

Ha sido un mes y pico lleno de cosas buenas. Es curioso como, por muy malo que haya sido un año, la Navidad siempre me deja con buen sabor de boca... y eso que no soy creyente ni especialmente mística. Pero no sé,  hay algo mágico en el ambiente que no sabría definir que me hace terminar cada Diciembre con una sonrisa.

Mis gafas nuevas. La comida/merienda/cena de Navidad en la escuela con mis compis de curro, aderezada con el karaoke y el corre Sarah Coooonnor, te persigue el cybooorg. El concierto navideño del coro de Palma, berreando con Gabri desde la tercera fila (túmbala balalaikaaaa). Mi nuevo pelirrojismo anaranjado. La merienda hipercalórica con Patri y Adolfo y la posterior danza bajo la nieve falsa que olía a mistol. Vaiana. La tarde-noche con Nisi y sus amigos, y los vinos/tapas/risas/música. La cena en el restaurante hipster de la pachamanca y las algas falsas. La nochebuena con mi familia y ese sentimiento de seguridad al pertenecer a algo bonito. El Gintour, con esos bailes chorra y la cena chachins en el restaurante napolitano donde me sentí muy VIP. Las fotos haciendo el canelo con Jesús y mi grupito de siempre y esas conversaciones donde volvemos a nuestra infancia y acabamos llorando de la risa. El jamón. Volver a ver al marmoto aunque sólo fuera un ratito. La operación con éxito de mi amigo Sergi. La Nochevieja en bata con mi madre viendo a José Mota y comiendo turrón y las muertes en la liga pvp  del GW2 posteriores. Las conversaciones en los grupos de guasap con gente que quiero mucho aunque nos veamos poco. Mis fantásticos ahumados de ojos. Las luces de colores y el espectacular alumbrado navideño de Calle Larios, que más que una calle parecía la Discoteca Kiu. Las rutas de la sidra. El especial de Navidad de Sense8. Las tapas en el Raff. La felicitación preciosa de Casiopea. Haberle puesto cara a gente de bien con la que hablaba desde hacía meses.  Las tardes de peli-bata-gato. Los regalitos de Reyes. Mis vídeos de los viernes en las historias de Instagram, en los que lo más divertido es el making off y vuestros comentarios. El #30daymusicchallenge y el #30daymusicchallenge2.

Soy una oveja con suerte, al fin y al cabo. 





05 enero 2017

Conoces de verdad a alguien cuando le dices que NO.


-No eres tan inteligente y tu blog es insulso. Pero no te quiero ofender.
-Me agotas.
-No te aguantas ni tú.
-Rancia.
-Estás cerrada al amor.
-Me tienes harto.
-Eres todo fachada.
-Qué estúpida, anda que vaya tela.
-Niñata.
-Que te den.
-Ya me he dado cuenta de cómo eres, está claro que tenemos poco en común.
-Todas las tías de Internet sois iguales.
-Hipócrita.
-Qué pena, con lo simpática que parecías.
-Si no eres ni guapa.
-Suerte en la vida, zorra.
-Ok, te deseo lo mejor, un beso.