30 octubre 2008

ÑAM ÑAM

Iba yo canturreando animadamente por Rambla de Cataluña camino de trabajo el otro día cuando me crucé con dos señoras de mediana-avanzada edad. Casi nos chocamos, quizá fruto de mi empanamiento habitual, con lo que me giré dispuesta a disculparme frente a frente tal y como me decía mi madre que se disculpaba una señorita... y entonces escuché que una de ellas interrumpía su charla, ajena al choque, y le preguntaba a la otra con voz animada:
-Oye, me apetece comerme un pito.

Yo creía que había escuchado mal, que además de empanada estaba sorda y que seguramente lo que la buena mujer había comentado era que le apetecía un fito, o un mito, o un rito (que quizá fuesen alimentos catalanes que aún no conozco)...
Entonces la otra señora volvió a repetir:
-¡Ay sí, un pito! Venga, vamos a buscar un par.

Ea. De fito o mito o rito nada. Habían dicho pito, con todas sus letras. P-i-t-o, que en mi tierra tiene sinónimos tan gráficos como falo, minga, pene.

Me traumaticé dándole vueltas al tema durante el restro del trayecto al curro, porque pensaba yo (ilusa) que soy una mujer sin prejuicios ni tapujos, una mujer moderna y liberal... y entonces me topo con que en realidad no soy más que una monja mojigata que no es capaz de pronunciar en voz alta sus apetencias.

En fin, que hoy volvía caminando por la misma acera que aquella mañana, cruzando la Gran Vía, y al pasar por Ciudad Comtal o Condal o como leches se escriba el nombre del bar, leo en la pizarra donde escriben el menú del día:

-ESPECIALIDAD DE LA CASA: PITOS.



Menos mal, no soy ninguna monja. Me voy a comerme un buen pito para celebrarlo. xDDDD




(En otro orden de las cosas, mañana es Jayoguín... servidora tiene fiesta de disfraces wahahaha...ya os contaré)

21 octubre 2008

Buy yourself a monkey

Bueeeno... tras una noche de preguntas estrambóticas ("cangrejos azules de las costas americanas") y cervezas varias entre respuesta y respuesta, tengo que comunicaros que mi equipo, llamado -con un gusto exquisito- Cómprate un Mono, quedó en segunda posición en el trivial de anoche.
No está mal para el primer día que vamos, ¿verdad?

El lunes que viene esto será Esparta.

20 octubre 2008

Desenvainando espadas

Los profesores de la escuela donde trabajo suelen reunirse en el Republic, un bar bastante majo del Eixample, cada lunes por la noche. Terry, mi profe de inglés, se jacta de ganar los torneos de trivial que se celebran allí, y siempre alza las cejas orgulloso cuando nos cuenta que su equipo irlandés es el mejor.

Pero...
El ambiente hoy ha amanecido cargadito de deportividad, de un olor a victoria que me ha hecho sonreir mientras me cepillaba los dientes esta mañana...
Porque esta noche es la noche en la que el equipo irlandés sucumbirá ante el azote italo-cañí. Esta noche... ¡¡¡ganaremos al trivial!!!

16 octubre 2008

El silencio de las ovejas

Yo tenía once años. Si hoy, con veintisiete, soy una lerda sensiblera que se asusta cuando escucha un ruido extraño en la cocina, imaginaos cuando era una pre-adolescente.
Tenía once años y jugaba con mi tío a piedra, papel o tijeras en el asiento trasero del coche de mi familia, mientras que mi madre dormitaba en el asiento del copiloto y papá conducía. Volvíamos de pasar un domingo primaveral estupendo en el campo, con su bocadillo de tortilla y sus coca-colas y sus margaritas en ramilletes.

Y entonces mi padre dio un frenazo en seco. Di un respingo y pude ver cómo el coche de delante también intentaba frenar dando bandazos de un lado a otro de la carretera por alguna extraña razón... que descubrí a los pocos segundos, cuando mi padre por fin pudo detener el vehículo en el arcén gracias al cielo y a su prudencia al volante.

Ovejas. Lo primero que vi fue media docena de ovejas alrededor del coche... ovejas asustadas que corrían por la autovía, coches embistiéndolas sin tiempo de reaccionar y un camión estampado contra la mediana, casi atravesado.

Ovejas en el suelo, llenas de sangre. Un pastor dando gritos, el conductor del camión con las manos en la cabeza y el parachoques de su vehículo manchado de color rojo.

Estábamos todos en estado de shock. Mi padre salió a llamar a la policía y a tratar de calmar al pastor para que sacase a sus animales de allí, mi madre se unió a un grupo de personas que intentaban dirigir el tráfico para que no ocurriesen más accidentes y mi tío intentó tranquilizarme con palabras serenas...

Pero entonces lo vi. Era un perro ovejero pequeño, de esos con las orejas tiesas que tanto me gustaban... y se arrastraba por la carretera haciendo fuerza con sus patas delanteras, ya que tenía toda la parte trasera de su cuerpecito completamente aplastado. Destrozado. Arrollado.
Chillaba como un bebé dolorido, y sus quejidos me partieron el alma.

Tardé dias en dejar de llorar. Y aún hoy, cuando veo El Silencio de los Corderos en la tele y Lecter le pregunta a Clarice si todavía puede escuchar chillar a los corderos de su infancia, no puedo evitar acordarme de aquella fatídica tarde en la que mi infancia se llenó de ladridos lastimeros... Me pregunto si algún día ese perro dejará de chillar.

14 octubre 2008

Balance

Desconfianza es una palabra que llena la boca. Suena rotunda, entera, drástica. Es curioso cómo un grupo de letras que unidas significan carencia de confianza, incredulidad y duda nos resultan tan auténticas cuando las pronunciamos con el ceño fruncido y los brazos en jarras. Es que ya desconfío de ti, no puedo creerme lo que me dices...

Quizá le tengamos tanto respeto a la desconfianza porque es el sentimiento (¿es un sentimiento?... sí) más veloz y destructor de todos: no importa cuanto tiempo hayamos invertido en forjar una amistad o una relación amorosa, ya que en un simple segundo algo pulsa el resorte de nuestra mente y permitimos que la desconfianza arrase con todo.

Ya no confío en ti. No puedo. Y me da mucha pena, no te imaginas cuánta, porque me caías muy bien y pensaba que podía haber encontrado una amiga para toda la vida.

Pero a veces es cuestión de orden en la escala de valores, y para mí la amistad es algo que pesa en mi escala quizá más que para ti.
Lástima.




08 octubre 2008

Sin parar

Ufff... se avecina una época frenética en Vida-Rizos, porque entre el inicio de los cursos standard en la academia donde curro, mis clases de inglés por las mañanas y mis clases de danza oriental los findes, no sé cuándo voy a sacar tiempo para respirar :P

Pero bueno, supongo que es buena señal. Que mi vida se va estableciendo en la ciudad condal y que, poco a poco, voy encontrando mi sitio.

Por cierto, tengo facebook, así que si os interesa podéis buscarme y agregarme. Prometo responder.

01 octubre 2008

Padre e hijo

A veces creo que paso demasiado tiempo esperando el autobús (esperando, en general), porque es de esos momentos cuando más anécdotas podría contar.

Ayer llegaba con el tiempo justo al trabajo y ya empezaba yo a impacientarme esperando de pie entre dos mujeres en la parada del 7. Encima hacía bastante calor allí al sol, y como en esta época es difícil acertar con el vestuario yo iba demasiado abrigada con mis botas, mi jersey y mis pantalones vaqueros.

En un gesto de impaciencia que me salió del alma , medio resoplo medio puchero de crío de cinco años, les escuché. El chico que hablaba tendría treinta y tantos años, y decía:

-Venga, muy bien, tienes que agarrarte fuerte al manillar y pedalear con fuerza, o nunca avanzarás...

Y el intrépido conductor de la bicicleta del Bicing fruncía el ceño y miraba concentrado hacia el manillar y la rueda delantera, mientras con torpeza trataba de mantener el equilibrio al levantar los pies del suelo y pedalear.

No pude más que sonreir. Gracias a ellos comprendí que en esta era de tecnologías e internet aún queda ternura y complicidad, y que las familias siguen siendo familias aunque hoy por hoy las tornas hayan cambiado bastante.

Por cierto, por si no ha quedado claro, el hijo era el que no consiguió retener una mirada de puro orgullo cuando su padre por fin fue capaz de pedalear con la fuerza suficiente para alejarse por entre los sauces...